Qué raro, ¿no? Ya he salido del baño y mi acompañante, mi
cita de aquella noche, todavía no. Generalmente, los hombres tardan menos, son
más veloces en el arte del orinamiento.
Espero un rato más y cuando empieza a impacientarme, sale. “Perdona
haber tardado tanto, pero meo mucho rato. Desde pequeño. Desde que tengo
conciencia” Vaya, empieza bien la cita. Y él, llevado por un impulso espontáneo,
lleva su mano hasta mi cuello. Está un poco mojada. Espero que sea agua.
Al sentarnos, llega el camarero. Nos trae la carta y cuando
está a punto de irse, él suelta: “No hace falta, ya sabemos lo que vamos a
elegir”. Y va y pide por mí. ¡Una ensalada,
una puta ensalada! ¿Solo porque soy chica, tengo que cuidar todo el
tiempo mi cuerpo? ¡¿Y si me apetece un filetón, el más grasiento de todos, con
patatas rebosantes de grasa y hasta agua con grasa, eh?!
De repente me acuerdo de una canción de Laura Pausini. No sé
por qué, pero me viene a la cabeza. Y surge el recuerdo de un ex novio, que
sabía imitarla a la perfección. Me reía mucho. Y al parecer también me estoy
riendo ahora, en voz alta, porque el restaurante entero me está mirando. Ah no,
no es a mí a quien miran, es a mi cita, que está comiendo con las manos y
masticando con la boca abierta.
Fantástico. Me levanto un poco indignada, la verdad, y le
dejo ahí plantado. Pero él no se da cuenta, él está enfrascado en su “performance”.
Mejor, así tardo menos en llegar a casa y escuchar el disco en directo de Laura
Pausini desde Gijón.
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